Por Marcela Solarte Ll.

El recuerdo de mi primer encuentro con lo sobrenatural me asalta con cierta frecuencia, mi memoria viaja al pasado, y me veo muy pequeña, apenas comenzando la vida, cuando mi única preocupación era el juego. 

Escucho con claridad unas risas que provienen de la habitación principal, me muevo, curiosa, hacia allí, las paredes blancas están bañadas por la luz del día que entra por las ventanas de marco verde, dentro, están mis tres hermanas trillizas, dos de ellas están sobre la cama; la tercera juega en el piso. 

Todas ríen, una me extiende la mano invitándome a unirme al juego, me acerco, encantada, viendo cómo brillan sus vestidos de tul blanco, en el suelo está mi muñeca preferida, rodeada de otras más y comenzamos a jugar, hacía mucho tiempo que no me divertía tanto, me siento feliz, como cuando mi padre me carga sobre sus hombros y me lleva a pescar. 

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando de pronto escucho la voz de mi madre llamándome para almorzar, salgo corriendo hacia la cocina y le digo, emocionada, que estoy jugando con mis hermanas, la tomo de la mano y la llevo hasta la habitación, pero al llegar, solo están las muñecas en el suelo, no hay rastro de las trillizas. 

Mi madre se sienta en la cama y comienza a llorar. Mis hermanas… murieron hace años. 

Con el paso de los años comprendí lo que había pasado, no fue un sueño, nadie recuerda un sueño con tanto detalle o brillo, ni mucho menos con tanto calor en el pecho. 

A veces, al abrir la puerta de aquella habitación, todavía espero encontrar a mis hermanas jugando, riendo. Me pregunto por qué se me presentaron esa mañana, si me esperan del otro lado… o si simplemente vinieron a despedirse, una vez más.