Prólogo

Por Juan Pablo Plata.

Amerika Kuenta, de Manolo Gómez Mosquera, publicado por Silver Editions, es un vibrante mosaico de cuentos que recorre el continente americano, desde los hielos de Canadá hasta las tierras australes de Chile. Con un español audaz, cargado de matices y giros que desafían lo convencional, Gómez Mosquera teje historias impregnadas de aires libertarios, revolucionarios y de profunda protesta ante las heridas históricas de América. En su travesía geográfica, el autor convoca a figuras icónicas como José Martí, el Che Guevara, Anacaona, Camilo Torres y los indomables mapuche, quienes, junto a personajes anónimos pero igualmente potentes, dan voz a las luchas, sueños y resistencias de un continente marcado por la opresión y la esperanza. Cada relato es un grito, un reflejo de la riqueza del cuento breve y sus infinitas posibilidades, consolidando a Gómez Mosquera como un narrador imprescindible para comprender la historia y el alma de América.


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EL GIGANTOPITECUS
(Cuento incluido en el libro Amerika Kuenta)

Por Manolo Gómez Mosquera

El Chaman Algonquino llamó a Obwendiyag frente al fuego y ante su familia Ottawa, dijo: Haz cumplido doce años, ya debes tener sueño de hombre, es hora de ir al bosque, estar solo. Volver cuando soñar. Por la rivera del lago hurón entonces el poderoso niño Pontiac navegó en su canoa todo el día, silencioso, respetando a la madre natural, con su espalda repleta de acertadas flechas y la mirada fiera del despertar de un próximo guerrero. Al atardecer de su segundo día diviso una cueva, pensó en el fuego y la sintió tranquila, un óptimo lugar para pasar la noche antes de meterse al bosque. Luego, se pescó una tornasolada trucha y con el calor del fuego nuestro aguerrido niño Pontiac, dormitó. De repente, sintió que su sombra comenzó a crecer y que ya no estaba solo. Al instante abrió los párpados, pensó en sus flechas, pero un gran ser las pisaba destrozándolas. Era un Gigantopitecus de tres metros, barbado cano, peludo como un oso, quien le observaba abriendo sus hocicos identificándole su tierno olor de asustado cachorro. Obwendiyag, famoso Pontiac, inerme, silente se dejó oler por aquel simio poderoso quien con curiosa extrañeza identificaba al invasor en su cueva. La creatura de 500 kilos lentamente lo rodeo, le detalló sus dedos, cuando llegó a sus pies tomó un leño incandescente y con fuerza lo enterró en el centro de la cueva. Pequeño Pontiac asombrado lo observaba cual magnifico era en su elevado caminar al gran orangután de barbas blancas que ahora tomaba otro leño para enterrarlo al lado del primero. Así fue como el guerrero Pontiac se sentó, cruzo las piernas en mariposa, puso sus manos en la barbilla y desconcertado detalló como aquel criptido cogía su tercer largo tronco para armar una triada humeante que chispeaba estelas galaxias medulares en la oscuridad de aquella cueva. Luego, el ancestral primate inspiró con fuerza y arrasó al fuego con la luz de un grito visceral de un millón de años en el tiempo, pues su aliento apagó las tres antorchas. De un salto, Pontiac, despertó, la trucha aun no cocía, el oleaje del lago hurón en susurros se sentía y su canoa fondeaba a la entrada de la cueva. Respiró tranquilo, sonrió, ya su sombra era de nuevo su sombra, exaltado el pequeño danzó alegre pues había vivido su anhelado sueño. Solo era descifrarlo. Feliz, disfrutó la trucha. Al siguiente día, amaneciendo, regresó a la aldea donde el chamán abuelo. El viejo sabio Algonquino le escuchó atento como un noble tronco escucha sobre si el palpitar de las hormigas. Obwendiyag relató a la familia aun conmocionado como fue su encuentro con el ser, mientras con intriga observaba al viejo Algonquino fumar tres veces de su pipa. Tienes suerte, dijo el abuelo ante la prueba, tu misión, Pontiac, será cuidar de los tres fuegos. Asombrado, el niño hombre cuestionó: Puedes, darme el nombre de aquel ser de mi soñar, el chamán inhaló su pipa, muéstrame tus flechas dijo el arrugado abuelo sin voltearlo a mirar. Obwendiyag entonces las recordó quebradas mientras el viejo sabio de la tribu Ottawa, acertó a decir:
“PIE GRANDE”