Fragmento de Limbo, de John Templanza Better. - Colina Revista

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Fragmento de Limbo, de John Templanza Better.

Hay pompas literarias, boletines de prensa literarios hiperbólicos, glorias fatuas y así podría seguir la lista para definir la quincalla que se vende como metal precioso. John Better es un escritor consumado y tiene todos los méritos y calidades que le reconocen la crítica y sus lectores. Hace poco presentó su novela Limbo (Seix Barral. Planeta) y el 7 de julio de 2020 salió al mercado Fantasmata, su nuevo libro de cuentos con la editorial Lugar Común. 

A continuación un fragmento de Limbo. Seix Barral. 

Menarquia 

Por John Better

—La historia se desarrolla en un espeso bosque en la fría y lejana ciudad de Birkan. Hay una cabaña. La habita un hombre misterioso. Nadie conoce su nombre ni sabe nada sobre él. Pero guarda un terrible secreto.

—¿Es un hombre lobo? —interrumpió el chico.

—¿Me vas a dejar contar la historia? —dijo Kassandra Larkv. —Lo siento.

—El tipo se alimenta de lo que el bosque le da: nueces, frutillas, té de pino y pequeñas criaturas que le regala un ave de rapiña que él mismo ha entrenado, y a la que recompensa con el tripaje de esas mismas ardillas y liebres que ella trae. Siempre se levanta temprano y sale a cortar leña en los alrededores de la cabaña. A veces recolecta miel de algún panal en lo alto de un árbol y la come bajo la sombra del mismo. Sus días son más bien monótonos. Las noches lo sorprenden tallando algún trozo de madera o escribiendo en un cuaderno forrado con cuero negro. A veces se levanta en la madrugada y se asoma por una de las ventanas, los ruidos del bosque lo suelen poner algo nervioso. Pero una tarde sucede algo inesperado, algo perturbador...

—Aburrido —dijo el chico. Kassandra lo miró con fingido odio y continuó con el relato:

—El ave graznó en lo alto del cielo, ya venía aprisionando en sus garras la comida del día, ¡y vaya comida! El pájaro aterrizó sobre una estaca clavada a pocos metros de la puerta de entrada a la cabaña. El hombre recogió sin asco, como siempre, lo que su “mascota” le había traído.

Kassandra hizo una pausa, miró al chico y vio por primera vez un

enorme interés por algo, percibió en sus pupilas tantas cosas. Tenía

claro que en esos años le había enseñado música, cuadros, revistas y

uno que otro cómic; pero en este momento había acaparado su

atención, algo en el brillo de aquellos ojos del color del café

ahumado le decía que lo tenía atrapado en su encaje

de palabras, gracias a aquella historia que le había hecho creer que

era una película de horror de Darío Argento, pero todo lo estaba

sacando de su cabeza, justo en ese instante.

—¿Qué le trajo el maldito pájaro? —indagó el chico con ansiedad.

—Calma, pequeño pez, no desesperes, escucha a mami —dijo

Kassandra y retomó su historia—: la tarde amenazaba con lluvia.

Algunas gotas gordas comenzaron a caer. El hombre recogió lo que el

ave le trajo para la cena. Colocó aquello sobre un plato y lo puso

sobre la mesa. Se sentó y empezó a observar con curiosidad aquella

cosa de piel blanca azulada de cinco dedos.

—¿Una mano? —dijo el chico

—Sí, la mano de una mujer, llevaba las uñas pintadas de rojo, y si

había una mano, eso quería decir que había un cuerpo en algún lugar

del bosque.

—Prosigue.

—Era casi medianoche cuando decidió salir a investigar qué había ocurrido. Su pajarraco estaría viendo qué se pillaba entre los matorrales. El bosque era una presencia viva a esas horas, ojos atizados se movían entre el follaje cuando él ponía la luz de la linternas para hacerse camino en mitad de la tiniebla. Pájaros oscuros iban de una rama a otra. A media hora de camino el hombre escuchó la voz de alguien que se quejaba. Aceleró su marcha, y en medio de un claro vio tirado un cuerpo que se movía muy despacio. Era una mujer o eso le pareció. Con la linterna alumbró buscando sus manos a ver si era a ella a quien se la habían cortado; pero en vez de manos lo que la luz iluminó fueron dos horrorosas garras que se abalanzaron contra él y le abrieron el cuello como a una lata de sardinas. Después se pone enredada la película, aparecen unos excursionistas perdidos que llegan a la cabaña, y ya ni me acuerdo de más — concluyó Kassandra.

—¿Y eso es todo? —preguntó el chico.

—Sí, pero no pongas esa cara, la próxima vez te cuento la película del chico que vivía dentro de una calabaza.

—No suena muy interesante.

—Pues lo es.

—Cuéntala.

—Ya dije que la próxima vez.

—No, ahora —dijo él fingiendo la voz de un niño.

—Déjame y voy por algo de tomar a la cocina.

Las Hermanas Duplicadas estaban en la sala. Orfa leía un libro y Ninfa pulía con un pañuelo una sortija dorada.

—¿A qué hora te piensas largar, muchacha? —preguntó Orfa.

Kassandra ignoró el comentario y salió de la cocina con una jarra llena de agua de cidrón.

—Pon atención, porque te voy a narrar con pelos y señales la espeluznante historia de un chico que vivía dentro de una calabaza, o eso creía él hasta que empezó a crecer y se dio cuenta de que su cabeza era una enorme calabaza de grandes ojos destellantes y su cuerpo era un bulto de podrido follaje...

—Mejor cuéntame la historia de Andrú S. Larner, tu amigo pintor, ¿cómo fue abducido por los extraterrestres?

—Después, ahora escucha...

**

Al día siguiente...

Un dolor intenso le empezó esa mañana de junio de 19**. El chico apenas podía moverse de su cama. Ya tenía diecisiete años. Las Hermanas Duplicadas le habían dado una infusión de orégano, canela y perejil, intuían lo que podía estar pasándole. Angustiado, les pidió a sus tías que llamaran a Kassandra Larkv para que lo acompañara, en pocos años habían establecido una amistad profunda.

La adolescencia lo había estirado como a una palmera, medía ya un metro ochenta centímetros y algo de vello corporal había aparecido en su barba y bigotes. Poco quedaba de ese chicuelo ignorante criado por aquellas mujeres que solo le enseñaron a sentir culpas.

—¿Estás muriendo? —le preguntó Kassandra con su sarcasmo habitual.

—No sé lo que me sucede. Pasé una mala noche, tuve fiebres y escalofríos; ahora este dolor insoportable. En lo poco que dormí tuve pesadillas terribles.

—¿En dónde te duele exactamente?

—Aquí.

Kassandra hundió la punta de los dedos en su vientre; el chico gritó como si lo atravesaran con una faca. Una oleada de escalofrío lo invadió, sintió reventar algo en sus entrañas. Luego, la sensación de un líquido caliente escurriendo en su entrepierna; creyó haberse orinado encima.

—¿Por qué me miras así? —preguntó a Kassandra Larkv, quien le señaló la sábana de la cama en la que una gran mancha de sangre se expandía. Él miró hacia donde ella le indicaba, seguido se desmayó.

DOSSIER I Mónika Herrán: del cuarto oscuro al cuarto claro

 

 Portada: Natalia Pérez. Andru Suárez.

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